Aventura en el norte de Vietnam
Senderismo en Ha Giang, Vietnam
Cuando organizamos este segundo viaje a Vietnam, teníamos claro que queríamos acercarnos al norte, donde conviven la mayoría de las etnias del país. Las fronteras terrestres la establecen los políticos, no sus gentes, la mayoría de estas etnias también se encuentran en el sur de China o Laos, al otro lado de la alambrada política de estos países.
Los territorios de Ha Giang se encuentran a 300 kilómetros de Hanoi; comprenden 10 provincias, siendo Ha Giang la capital de esta zona que hace frontera terrestre con Sapa al oeste.
¿Por qué ir a Ha Giang?
- Cuando se organiza un viaje todo es cuestión de prioridades; en nuestro caso queríamos practicar senderismo, algo que cada vez incluimos más en nuestros viajes porque es un bonito modo de interactuar con los locales.
- Ha Giang es también un área donde los mercados locales son una realidad (aunque esta vez no pudimos ver ninguno por un temporal el día del mercado, que es el domingo)
- El hecho de que casi todo el mundo se desplaza a Sapa era un punto a favor, sabíamos que todo iba a estar más tranquilo: por el momento, solamente los moteros llegan a esta zona, donde bonitas carreteras en curvas hacen su viaje inolvidable; un viaje para practicar senderismo es algo que todavía no es muy habitual aquí, al contrario que en Sapa, donde ya existen muchos trekkings. De hecho, nos resultó muy difícil conseguir un guía para este recorrido: fue el lodge donde pernoctaríamos el último día el que nos consiguió a Po.
- Lo más bonito para nosotros ha sido no solamente los paisajes, sino el poder interactuar con la gente local: nos hemos llevado a casa una experiencia única, que hace que solamente tengamos ganas de volver.
Cómo llegar a Ha Giang
Recorrer los 300 kilómetros hasta Ha Giang es factible en coche privado, pero también existen varios autobuses que te llevan hasta allí; para ello hay que desplazarse hasta la estación de autobuses de My Dinh; allí encontrarás todos los autobuses a Sapa, y también los pocos que van a Ha Giang. Los autobuses nocturnos son todos de literas, unos mejores, otros peores, pero que están bastante bien en general. En nuestro caso, el autobús salía del 156 de Tran Quang Khai. En todos los casos, mejor que reserves tu plaza.
Diario viaje a Ha Giang, norte de Vietnam
Día 1: Recorrido hasta Ha Giang en autobús
Llegamos al punto de encuentro, donde vemos muchos autobuses, pero no el nuestro. Finalmente, encontramos a alguien que habla un poco de inglés. En las literas Bernat cabe a duras penas (las literas son para largo vietnamita); “qué bien vamos a ir, no hay casi gente” me dice Bernat. A mí me viene a la cabeza un “no te fíes” … así es. Antes de salir de la ciudad ya hemos hecho dos paradas más; las literas están todas ocupadas y también los pasillos, donde se ubican los últimos pasajeros en subir.
Retomamos el camino a Ha Giang. Tal y como habíamos quedado con Ha Than, nuestro contacto por Skype, el autobús parará en el cruce de Tan Quang. Ha Than nos llama por medio del conductor, ya que no tenemos wifi ni tarjeta de datos vietnamita para que estemos atentos: el autobús está previsto pare a las 2 de la mañana allí.
A las dos en punto llegamos al cruce de Tan Quang. Pensamos que va a ser un punto donde pare la mitad del autobús, pero no, solo las dos almas españolas se aventuran en la noche. Allí no hay nadie… Por suerte, al poco aparece un señor con su coche. Nos mira, dice “Serrano”, abre el maletero, mete las mochilas, y saca la pipa para fumar. Después de dar un par de caladas nos dice en señas que subamos al coche.
Dia 2: Senderismo en Ha Giang, Vietnam
Una parada para tomar té… mientras, nosotros esperamos en el coche…
Iniciamos el recorrido dirección a Hoang Shu Phi Lodge, donde pasaremos esa noche. Sorprendentemente, a los 15 minutos de recorrido, nuestro conductor para; deja el coche encendido y se dirige a una casa donde sus habitantes están despiertos, haciendo algunas labores en el exterior. Allí se sienta en el porche a tomar una taza de té con ellos. Nosotros los miramos desde el coche. “Qué hacemos?” pregunta Bernat. “Pues no sé, si tarda mucho, podríamos ir y tomar un té con ellos”. A los 15 minutos se levanta y emprendemos el camino.
Retomamos la marcha…
El camino hacia Hoang Shu es bastante largo; además han tenido desprendimientos en los últimos días, así que no podemos ir muy rápido. A las 5,30 llegamos a nuestro destino. Allí nos espera un chico que nos lleva directamente a la habitación que compartiremos con el resto de gente que está de paso. Las camas están bastante bien, todas separadas por cortinas opacas y con una muy conveniente mosquitera. Los baños compartidos son más que correctos. Mañana más.
Despertamos con los gallos y los sonidos del lodge; hoy vemos un poco más el lugar donde estamos y descubrimos que es un hotelito de cabañas precioso, aunque a nosotros solo nos toca la última noche de nuestra excursión. Después del desayuno llega Po, que será nuestro guía en los siguientes días.
Po no habla inglés, y no entiende ni una sola palabra en inglés: solamente sabe “happy water” (agua feliz), que es el nombre que recibe el licor de orujo con el que se ponen ciegos cuando comen los locales con invitados (o sin ellos, no lo sabemos). El amigo Po vive en la aldea, aquí todos se conocen y trabajan juntos; uno es el primo, el otro el tío, y si no son hermanos.
Nuestra caminata por el medio de la nada empieza el día de la fiesta más grande para los vietnamitas, y es que el 2 de septiembre se celebra el día de la independencia. Para un país donde los días de fiesta son contados, es toda una celebración.
Al poco de empezar el amigo Po nos consigue dos palos del entorno; en ese momento no lo sabemos, pero el amigo nos va a meter siempre por el camino más controvertido de seguir. Con el paso del tiempo, nos dará opción: nosotros siempre escogeremos el camino con asfalto, pero él siempre nos dirigirá por el más empinado y con mayor cantidad de barro.
Durante nuestras caminatas pasamos aldeas que parecen salidas de la nada; lugares identificables donde la wifi es una leyenda urbana y asistir al colegio después de la escuela primaria es un orgullo, ya que poca gente va.
El día de la independencia comeríamos en una casa acomodada, a mitad de camino con Nan Khoa. Los dueños de la casa poseen su antigua morada, que será similar a las que iremos visitando, pero también una nueva casa, de la que parece están muy orgullosos. Es en ella en la que nos sentamos en el suelo a comer. La familia lleva al improvisado mantel todos los platos; cada uno tenemos un cuenco en el que vamos poniendo las diferentes especialidades. Por supuesto, el happy wáter no falta en la comida.
Poco a poco se va perdiendo la vergüenza; se quieren comunicar con nosotros, nos quieren preguntar, pero no saben cómo. Veo que uno de los de la mesa tiene datos, y le digo en señas si los quiere compartir conmigo para utilizar el traductor. Rápidamente me da acceso.
Empieza una retahíla divertida de preguntas en ambos sentidos: así nos enteramos de que es día festivo; de que tantos platos no se comen en un día normal, solo cuando es fiesta, o cuando llega un invitado a casa. También nos hablan del honor que supone para ellos que alguien de otro país quiera comer en su casa; invitar a alguien a casa supone de por si un orgullo, por lo que ser extranjero todavía es les da más satisfacción.
Ahora que ya hay confianza, Po ya nos reta a descubrir el camino, que claro, siempre es el más dificultoso. No tenemos agua, pero milagrosamente sale una tienda en medio de la nada donde comprar. Los paisajes esta tarde son de infarto.
Después de la comida, Po nos levanta e iniciamos nuestro camino por las montañas. El calor ahora es más sofocante, más después de comer, pero tenemos que llegar a la casa donde pasaremos la noche, y no queremos llegar en la noche.
Durmiendo en una casa de la etnia Red Dao
Finalmente, nuestro destino ha llegado. Estamos en una casa de la etnia Red Dao, lo sabemos por la ropa tendida, donde los colores de sus prendas los delatan. Estas ropas no son de domingo, están gastadas, de hecho, vemos algunos con partes de las prendas mientras cocinan y preparan cosas para nuestra cena.
Aquí conocemos a un grupo de vietnamitas que están viajando como nosotros; son un grupo de amigos de la gran ciudad, de Hanoi; 3 chicos y 2 chicas que hablan en su mayoría inglés.
Costumbres vietnamitas
Gracias a ellos nos enteramos más de sus costumbres: me siento a ver el atardecer con una de las chicas; esta me cuenta que los vietnamitas no viajan mucho. Tienen todos edad similar, entre 28 y 29 años; suelen viajar juntos, aunque no son pareja. La mayoría son de algún pueblo alejado de Hanoi, pero viven en la ciudad por sus trabajos.
Mi nueva amiga trabaja como Product Manager para una filial de Kodak. Me cuenta de su trabajo, de sus ganas de emprender, pero de lo poco común que es en Vietnam y el miedo que le produce la aventura. También me habla de las costumbres locales: Hanoi, pese a ser la capital del país, conserva algunos prejuicios: no está nada bien visto ir muy escotada; puedes ir corta, pero no escotada. Para los vietnamitas jóvenes el lugar vibrante y moderno donde vivir es Ho Chi Min: es allí donde emigran si tienen ocasión. Hanoi me dice es una capital caótica, pero donde se encuentran lugares con paz, aunque no lo parezca, que hacen posible escaparte del ruido en plena ciudad. Habrá que buscarlos.
Llega la noche y la cena, y por supuesto la happy water. El dueño nos da un discurso del que no entendemos nada. Por suerte nuestros nuevos amigos nos traducen parte de él: el dueño ha presentado a su mujer e hijos, y ha dado las gracias a todos por venir (trago de happy water), también a los guías de montaña que llevan a los turistas hasta su casa (otro trago).
Como vemos que la cosa se va a poner mal, y queremos que nuestros guías estén en condiciones, tanto el grupo de Hanoi como nosotros decimos que queremos irnos a dormir (las camas están detrás del lugar donde cenamos, así que hay que escampar). Los bebedores felices se desplazan al exterior de la vivienda, aunque al poco se acuestan.
Día 2 Senderismo en Ha Giang, Vietnam
La mañana no podía empezar mejor, y es que mientras contemplamos el amanecer nuestros nuevos amigos vietnamitas nos ponen música vietnamita del momento y nos hacemos unos cuantos estiramientos. Allí, mientras sale el sol, esperamos el momento de partir de nuevo.
El día seguiría por las montañas, hoy el camino es más corto, pero siempre en ascenso. Al mediodía llegamos a una casa donde nos espera una niña de unos 11 años; la niña prepara algo de arroz hervido, y mira nerviosa el reloj.
Empieza a llover y se dirige a recoger la cosecha que se estaba secando en el portal de la casa: entre todos la ayudamos a que lo recoja antes. Luego llega el padre, que viene de trabajar, y es él el que empieza a cocinar. Durante la comida nos damos cuenta de que la mamá ha fallecido, es por eso que el padre cocina y prepara todo. A pesar de que hoy si que no tenemos datos para el traductor, ni vietnamitas que hablen inglés, es el día en que la conexión con la familia es más auténtica.
La comida termina mucho después de lo esperado, hay muchas cosas que nuestro nuevo amigo nos quiere enseñar y nos falta tiempo para todo; también en el tema comida, es él el que nos da nociones de cómo se comen los platos en aquellos lares. Por la tarde, toca caminata de nuevo.
Esta vez llegaríamos a unas preciosas cascadas muy cerca del punto de partida del viaje por Ha Giang. Desde allí visitaríamos a una familia de la villa. El padre esta vez si que habla inglés y nos puede contar más de su pueblo, los Red Dao, que son los que conviden en la zona donde nos encontramos.
Después del chapuzón de final del día ya toca cenar y descansar, esta vez si, en una cabañita en el Hoang Shi Phi Lodge, donde nos recuperaríamos por una noche de las palizas del amigo Po.
Mercados tradicionales en Ha Giang… nos los perdimos por la lluvia
El viaje duraría un día más, pero las lluvias de la noche se prolongarían hasta bien entrada la mañana y cancelarían el mercado del domingo, uno de los objetivos en nuestro viaje. Las cosas vienen como vienen, y no nos quedó más remedio que quedarnos tranquilamente allí. Aprovechamos para tomarnos algunas fotos con las chicas del lodge, que hoy iban con el traje tradicional del domingo; hablamos largamente con el encargado, un chico joven y con muchas ganas de hacer cosas en aquel pueblo que era el suyo, siempre con sus gentes.
Entrada la tarde, vuelta al cruce de caminos del sur, esta vez con la carretera un poco más estropeada. Allí nos dejaron en una tienda dirigida por una mamá que controlaba todo lo que pasaba en la carretera. Los autobuses de pasajeros se iban sucediendo, pero la jefa decía que no, que no era el nuestro. Finalmente, llegó y pudimos dirigirnos hacia Hanoi. Fin del viaje.
Impresiones de nuestro paso por Ha Giang
En esta pequeña salida hemos descubierto un territorio impresionante, lleno de paisajes increíbles, pero, sobre todo, de gente fantástica que nos ha dado todo para que nos sintiéramos cómodos, siempre dentro de sus posibilidades.
Nuestro anfitrión enseñando cómo comer con la menta
Siempre hay que tomar los consejos de los locales: en otra casa donde comeríamos el día siguiente, el dueño de la casa nos enseñó cómo comer la comida se habían preparado; en varias ocasiones veríamos hojas de menta en la mesa, pero no entendíamos su función: las hojas de menta son para envolver la comida que vas a comer en cada bocado, es entonces cuando estos platos de por si buenos incrementan su sabor.
Adaptarse: palabra clave cuando viajas a uno de estos lugares. El equipaje de capital no te sirve aquí: solo una pequeña mochila con lo más que imprescindible es necesaria para caminar y no ir cargada. Sobre todo, hay que dejarse los prejuicios. Las casas donde estamos son lares muy humildes, con muchas menos comodidades de las que estamos habituados; se duerme todos en la misma habitación, cada uno con su mosquitera, y en el mejor de los casos, una cortina opaca protege la vista de una cama a otra. Son casas donde se cocina y duerme, todo a una, bastante amplias, pero con lo básico para vivir.
La agricultura y algunos animales conforman el total de lo que sus lugareños necesitan. Vivir una experiencia así te hace ver que realmente nos sobran muchas cosas en nuestra rutina.
¿Volveríamos a esta región? Sin dudarlo, de hecho, ya lo hemos hablado muchas veces; nos han faltado muchas cosas por ver y nos hemos quedado con ganas de más. Repetiremos seguro.
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