Lhasa en Tibet
Rodeada de las montañas que conforman el Himalaya, enclavada en el río Brahmaputra, se encuentra una de las capitales más altas del mundo, Lhasa, el centro del Tíbet. Lhasa cuenta con una historia de 1300 años de antigüedad, algo de lo que pocas ciudades pueden presumir. Considerada el centro sagrado del budismo tibetano, sus gentes observan como la presencia de sus vecinos chinos se hace más patente en sus tierras, como si la ocupación a la que fueron sometidos en los años 50, no fuera suficiente.
Viaje a Lhasa desde China
Hoy en día, Lhasa podría pasar por cualq0uiera de las ciudades chinas conocidas, si no fuese por su aire claro y limpio, exento de polución, y por los paisajes bucólicos llenos de vida que la rodean. Sus gentes todavía ocupan la mayoría de estos lares, con un 87% de población, y es fácil reconocerlos por sus rostros, de tez oscura y agrietada por efecto de la luz solar y del frío al que viven sometidos, pero también, de edad indeterminada. Incluso a los niños, población numerosa en comparación con su vecina China, es difícil encasillarlos en una determinada edad.
La religión en el Tíbet
Aquí, a 3650 metros de altitud, se ha desarrollado durante siglos el budismo tibetano o tántrico, una religión que en la actualidad profesan más de 20 millones de personas en el mundo. De hecho, se puede afirmar que el budismo tibetano es propio de la región del Himalaya, ya que territorios como Bután, Mongolia, Ladakh, Sikkin (Nepal) y el Tíbet son sus principales reinos. Esta corriente budista, llegó al Tíbet en el siglo VIII de manos de un indio llamado Padmasambhava, que supo respetar los principios animistas que reinaban en estas montañas, la corriente bon, e introducir el budismo como un complemento. Con el tiempo, ambas se fundieron, y el budismo que ahora se conoce en el Tíbet conserva muchos rasgos del bon, que se sigue respetando, incluso por el Dalai Lama.
No fueron tan afortunados los sucesores tibetanos, que se enfrentaron a la ocupación china en 1950, y forzó al Dalai Lama a su exilio, en 1959. Desde entonces, Lhasa ha permanecido como el paraíso terrenal prohibido para su líder espiritual y político. Muchos son los que viajan a Lhasa buscando un territorio mágico y lleno de sentimiento. Sin embargo, con los policías chinos armados patrullando las principales calles, y las manadas de turistas comprando souvenirs y haciendo fotos, va a ser difícil tener una experiencia espiritual.
Volando a Lhasa desde Xi´an
Llegamos desde Xi’an, en un vuelo al aeropuerto de Lhasa,a 45 minutos de la ciudad. Las vistas desde el avión, ya nos adelantan que vamos a contemplar paisajes espectaculares, quizás más auténticos que la ciudad.
La ciudad empieza en la plaza donde se levanta, a cierta altura, el palacio de Pottala, quizás el elemento que más atrae a los turistas a la conquista de la población. Enclavado en la montaña de Hongshan, fue la residencia del Dalai Lama desde 1648 hasta 1959, cuando exilió. Su fundador fue Lozang Gyatso, y en 1994 entró a formar parte del grupo catalogado como Patrimonio de la Humanidad.
Pottala albergó las habitaciones donde residía el Dalai Lama y otros monjes, así como numerosas salas que albergan capillas, santuarios, bibliotecas y otras dependencias que todavía se conservan. Desgraciadamente, no se pueden hacer fotos en el interior.
Seguimos caminando, y llegamos al centro neurálgico, la calle Barkhor. Aquí, vamos a encontrar un poco de todo: mercadillos artesanales que se disputan a los turistas, mientras, los policías chinos patrullan por doquier. Antiguas fachadas tradicionales que nos dejarán con la boca abierta, mientras, los bajos dan espacio a los numerosos restaurantes nacidos en olas durante los últimos años.
Entramos en uno de ellos a comer. Increíble: hay cubiertos. Seguramente, no lo veríamos raro, si no fuera porque venimos de otros lugares de China, donde la comida era “china”, y se comía como sus paisanos, con palillos. Si queremos comer algo más tradicional, hay que perderse por las calles lejanas a Barkhor, donde, la carne de yak, riquísima, será el plato principal, junto con el cordero, y la presentación de los platos, seguramente, no tan exquisita.
Saciados nuestros estómagos, nos dirigimos al templo de Jokhang, que es el motivo de que la zona centro esté siempre tan abarrotada. Jokhang, es uno de los templos más antiguos de Lhasa, construido en el 647 por la dinastía Tang. Aquí se puede ver a muchos peregrinos haciendo uno de los tres circuitos concéntricos que se realizan. Éste en particular, rodea Jokhang y algunos edificios limítrofes.
Dejamos a los tibetanos rezar y nos encaramos a buscar alojamiento. Hemos llegado en agosto, en la época del festival de Shoton, que viene realizándose desde el Siglo VII. Esto hace que tengamos que dormir en lugares diferentes durante nuestra estancia en Lhasa, cambiando de albergue cada día, lo que lejos de resultar dificultoso, resulta divertido.
Ya fuera del centro, nos perdemos intencionadamente. Aquí vemos que en muchos bajos, se juega al billar. También los niños son más tímidos aquí que en China, donde se nos acercaban más. Aquí somos nosotros los que nos acercamos a ellos. Mi compañera quiere ir a un monasterio y dormir una noche entre sus paredes. El monasterio lo encontramos, pero la gente del lugar le dicen que no puede ser. Los únicos monasterios en los que se puede pernoctar quedan lejos del centro, perdidos entre montañas.
Volvemos a la calle Barkhor para observar de nuevo los rezos de sus peregrinos. Caminan en sentido de las agujas del reloj, mientras mueven su rosario de ruedas, con un rezo susurrante que parece más una melodía inacabada que una oración. Pero estamos en otras tierras, bastante lejanas a la nuestra, donde la caída de la noche, nos demuestra el poder de la naturaleza y la cercana presencia de los Himalayas. Ahora, toca enfundarse contra el frío y volver al hostel…
Mi impresión del Tíbet
A pesar de que el Tíbet fue un país que me gustó tremendamente y me impactó, lo que realmente me gustaron fueron sus gentes y los paisajes. Algunos de los paisajes a las afueras de Lhasa, son los mejores paisajes del mundo que he visto en mi vida. Sin embargo, si alguien va buscando espiritualidad y conocer la religión budista, no creo que sea el mejor lugar para hacerlo.
En primer lugar, la imagen de los monjes budistas que allí viven, parecen más preocupados de atraer la atención de los turistas y recaudar dinero, que de la religión en sí. Al contrario que en países como Laos, donde no se puede tocar a un monje, y donde viven de lo que la gente les proporciona por las mañanas a primera hora, aquí no tienen ningún reparo en pedirte dinero, y si no les das lo que esperan, te piden más. Me pareció bastante triste ver este espectáculo de monjes esperando los autobuses de turistas venidos del aeropuerto. Mi imagen de Lhasa ya se deterioró nada más llegar.
Otras cosas que me chocaron fue lo fácil que es encontrar restaurantes caros para los extranjeros, así como tiendas de ropa, agencias de viaje, etc. Todo menos espiritualidad. Pese a que Lhasa es una ciudad bastante bonita, esta imagen tan frívola me chocó mucho.
Del mismo modo, Pottala es un palacio inmenso que merece nuestra visita si queremos conocer el Tïbet. No obstante, para conocer un grado digno de espiritualidad hay que bajar a Yunan, e ir al palacio de Shangril.la, que pese a no ser tan majestuoso como Pottala, nos vamos a sentir más atrapados por la esencia del budismo que en este lugar tan turístico.
Con todo, recomendaría a todo aquél que pudiese que visitase esta región. Es una de las mejores experiencias que he tenido en mi vida.
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