Nuestro primer día, pasó volando, simplemente organizando la ruta, y haciendo tiempo hasta nuestro tren nocturno, que salía a las 12 am de la noche. Solamente nos dio tiempo de visitar el Fuerte Rojo (creo que todas las ciudades de la India tienen su fuerte rojo), antes de partir a Vanarasi esa noche. Hoy en día, no sé si habrá cambiado mucho la India, pero ese primer día, ya pudimos percibir la diferencia de castas (es muy chocante el ver a niños limpiando los trenes, simplemente porque son de la casta inferior), o también cantidad de pobreza allí reinante. Como todas las capitales, siempre se ve más gente pidiendo en la calle, pero en Delhi, todavía choca más. Ya allí, pudimos ver a sus vacas sagradas por la calle, donde son las reinas soberanas de todo a su alrededor. Curioso al menos, lo es.
Delhi, llegada a la India.
Llegamos a Delhi después de una escala de casi 24 horas en Helsinki, Finlandia. La pulcritud y el orden reinante del que veníamos, contrastaba con el caos y la multitud que nos esperaban, nada más salir del aeropuerto. Recuerdo los nervios de Bea, que no quería salir del avión. Recuerdo mi primera impresión de la India: el fuerte olor a especias, que ya en el aeropuerto se podía percibir. Había estado el año anterior en la China, país del cual me habían advertido mucho y sin embargo, la India me pareció más impactante desde el primer momento. A la India se la quiere o se la odia. Yo, desde el primer momento, sentí que sentía las dos emociones por ella.
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